Siempre desde pequeña fui una niña muy soñadora. Como a la edad de 4-5 años me sentaba frente a una pestaña que sobresalía en la parte baja del mueble del televisor, ---que en ese entonces eran muebles muy toscos--- y mi imaginación transformaba esa pestaña en teclas de un gran piano que yo tocaba como una gran concertista. ¡Siempre me ha gustado ese instrumento!... Algunas veces tuve oportunidad de tomar clases con algunos tíos, pero por diversas circunstancias las clases se truncaban por problemas familiares o “x”.
Años más tarde, como a los 8-10 años, creaba mis propios diálogos improvisados en tremenda actuación, cambiaba de posición y de caracterización para contestar a la anterior y ésta a su vez le contestaba a la otra, ---curiosamente siempre he dicho que antaño y aún ahora, me echaba a perder las películas o programas de radio o de televisión, porque desde entonces me imaginaba ser parte de la producción y veía la escena en tercera persona, desde afuera como si dirigiera la producción y supiera la estructura del guión de la obra----.
Después era el baile; siempre me ha gustado así que, en secundaria montaba la coreografía de los bailables de mi grupo y, a consideración de los maestros, el de los demás grupos, al mismo tiempo que escribía algunas obras de teatro para montarlas, dirigirlas y presentarlas en la escuela.
Después era el baile; siempre me ha gustado así que, en secundaria montaba la coreografía de los bailables de mi grupo y, a consideración de los maestros, el de los demás grupos, al mismo tiempo que escribía algunas obras de teatro para montarlas, dirigirlas y presentarlas en la escuela.
Sin embargo sentía que todo ese torrente artístico tenía que llevar un causal, un camino hacia algo...
Es así como comencé a tomar clases de canto ya profesionalmente, y se fueron presentando algunas oportunidades dentro del medio artístico, sin embargo, el ambiente era tan superfluo, tan vano. El arte, para mí, representaba mucho más que un simple estado bohemio o la vanidad de ser una “estrella”. El pisar un escenario es algo mágico y fantástico, pero esa excelsitud no comulga con el torrente de vanidades, envidias, y espíritus vacíos de los que está lleno ese ámbito que bloquea la verdadera esencia de éste, y que al contrario, la vicia y empobrece.
Así un día, llegué al estudio de Óscar González Loyo ---quien ahora es mi esposo--- pues requería apoyo en el arte del cómic.
Así un día, llegué al estudio de Óscar González Loyo ---quien ahora es mi esposo--- pues requería apoyo en el arte del cómic.
Con él empecé a conocer lo que eran las Convenciones de cómics, pues cada que nos reuníamos en su casa, me enseñaba los videos que grababa cada año que participaba en la Comic Con de San Diego, Cal. En ese tiempo aún no se conocía esto en México y para mí era otro mundo, un mundo de fantasía y diversión... ¡el mundo que andaba buscando!
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